En un contexto de creciente crisis económica y social, América Latina, y especialmente Ecuador, ha experimentado un proceso de retroceso en los derechos fundamentales de su población. Este retroceso se ha visto particularmente acentuado en la implementación de políticas de austeridad que se presentan como necesarias para la «gestión» de los recursos públicos, pero que en realidad perpetúan y profundizan las desigualdades estructurales en nuestras sociedades. El análisis crítico de esta situación, propuesto en este ensayo, se enfoca en la «cultura de lo miserablista» como una estrategia política, cuyo principal objetivo es instrumentalizar la pobreza y la miseria para justificar políticas públicas ineficaces y soluciones de corto plazo que no abordan las raíces de la crisis. Este ensayo busca interrogar cómo las elites políticas, en especial los sectores de derecha y conservadores, manipulan la pobreza como un recurso para legitimarse, mientras se ocultan detrás de la fachada de la «gestión» y el «desarrollo».
La política económica y la austeridad: un ciclo de promesas incumplidas
Desde hace varios años, en Ecuador y otros países de la región, se ha impuesto un discurso que promueve la austeridad fiscal como la única salida a la crisis económica. Sin embargo, esta política ha significado un severo recorte en los presupuestos destinados a áreas estratégicas como la educación, la salud y la infraestructura social. En muchos casos, estos recortes han afectado directamente a los sectores más vulnerables de la sociedad, que durante años fueron considerados parte de la «columna vertebral» del Estado, y cuyas necesidades fueron visibilizadas bajo el concepto de «deuda social». Este concepto, que alguna vez fue asociado a la promesa del «Buen Vivir», se ha convertido en un espejismo, ya que la realidad es que las políticas públicas han abandonado a estos sectores en nombre de una supuesta «gestión eficiente» de los recursos.
Por otro lado, mientras los sectores más empobrecidos son despojados de sus derechos fundamentales, los grandes beneficiarios de este sistema son las multinacionales y los grandes millonarios. Los datos recientes revelan que, desde el inicio de la pandemia, la riqueza de los ultraricos ha crecido de manera desmesurada. En contraste con la crisis de acceso a derechos que viven millones, las grandes empresas han experimentado aumentos de beneficios de hasta un 89%. Esta desconexión entre la concentración de la riqueza en pocas manos y la creciente pobreza de la mayoría, es una de las principales características del «mundo miserable» que algunos han denominado «el buen vivir para unos pocos».
La cultura de lo miserablista: una estrategia política perversa
Lo que estamos observando en los últimos años, tanto en Ecuador como en el resto de América Latina y el Caribe, es una estrategia profundamente perversa: la de instrumentalizar la pobreza y la miseria para la construcción de narrativas políticas que desvían la atención de los problemas estructurales del sistema. Esta «cultura de lo miserablista» no solo busca mantener una imagen de preocupación por los pobres, sino que además propone soluciones superficiales y temporales como «donaciones» o programas de «emergencia» que nunca llegan a abordar las causas subyacentes de la pobreza.
En lugar de invertir en políticas públicas que reparen la deuda social y que apunten a la dignificación de las condiciones de vida de las grandes mayorías, los gobiernos optan por soluciones cosméticas que sirven para mantener la imagen de un Estado preocupado por su pueblo, sin comprometerse realmente a cambiar las condiciones de fondo. Esta cultura es promovida por sectores de derecha y conservadores, que prefieren mantener a la población en una situación de dependencia, en lugar de crear condiciones para una verdadera emancipación económica y social.
Desigualdad, violencia y democracia: un contexto en crisis
La crisis que atraviesan las democracias de América Latina está marcada por un fuerte incremento de la violencia, particularmente la violencia de género, y una creciente criminalización de sectores históricamente marginados como las poblaciones indígenas, afrodescendientes, LGBTIQ+, y las comunidades empobrecidas. Esta violencia estructural no solo se expresa en la criminalización de la protesta social, sino también en la persecución y asesinato de líderes sociales, defensores de derechos humanos y activistas. La incapacidad de las organizaciones políticas tradicionales para romper con el pacto patriarcal y las estructuras de poder desigual ha agravado aún más la situación.
La falta de representación política genuina y de una participación real de las comunidades más afectadas por la desigualdad está poniendo en jaque la misma existencia de las democracias en nuestra región. La marginalización política de estos sectores se intensifica en un contexto en el que las élites dominantes continúan promoviendo un modelo económico que perpetúa la pobreza y las injusticias sociales.
Recuperar el tejido social: un llamado urgente
En este contexto de creciente descomposición social y política, es urgente un cambio de estrategia. No basta con seguir reproduciendo las mismas lógicas de gestión y de soluciones temporales que han mostrado ser ineficaces. Es necesario un cambio profundo en las formas de hacer política, que apunte a la reconstrucción del tejido social, que recupere la confianza en la política como una herramienta para la transformación social. Para ello, debemos ser críticos, pero también ser cuidadosos de no caer en prácticas que reproduzcan la lógica de la «miseria instrumentalizada».
Es fundamental recuperar el reconocimiento de las necesidades reales de las comunidades y trabajar por una política pública que dé respuesta a estas necesidades de forma sostenible y a largo plazo. En este sentido, la internacionalización de los esfuerzos, tanto a nivel regional como global, debe ser una prioridad para enfrentar los desafíos comunes de la región. No podemos seguir aceptando la idea de que la pobreza y la miseria son el destino natural de nuestras comunidades; debemos construir un futuro en el que el acceso a los derechos no sea un privilegio, sino una realidad para todos.
Conclusión
En resumen, la cultura de lo miserablista que predomina en la política ecuatoriana y latinoamericana actual no es más que una estrategia de control y manipulación de la pobreza, destinada a perpetuar un sistema desigual que beneficia a las élites mientras condena a la mayoría a la miseria. La única forma de superar este ciclo es a través de una transformación radical de nuestras democracias, donde la participación, la representación y la justicia social sean los pilares fundamentales de la política pública. Este es un llamado urgente a la reflexión, a la acción y a la recuperación del tejido social, para que las futuras generaciones puedan vivir en un mundo verdaderamente digno.
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