Por: El sobrino de Carmelita

La cultura de mi Tierra tan bella que es, se encuentra rodeada de playas, montañas,  ríos y manglares, con una amplia diversidad de plantas y animales.  Julio Micolta en su poema titulado “Si ella vive en el mar” dice: «Ay, quien la viera, se enamora», y yo que soy un poquito de aquí y otro poquito de allá, ni se imaginan cómo  he de estar, pero te has de imaginar que toda esta belleza, esta diversidad y nuestra cultura  está bajo el poder de unas cuantas personas, ¿crees que esto sea posible? 

La Cultura, que debería estar en manos del pueblo, hoy parece reducida a ecos  controlados por unos pocos. La monopolización de los espacios considerados “culturales” no  solo limita el pensamiento crítico dentro de este sector, sino que convierte a la sociedad en  cómplice pasiva de la corrupción disfrazada de amiguismo, nepotismo y discursos de aliento. Escuchandose por los pasillos unos cuantos:“Junto lo hemos hecho”, “Cuando salga yo, tú estarás aquí”, “Esta cultura es de nosotros  y nadie nos la puede quitar”. 

A lo largo de la historia, nos hemos dado cuenta que aquellas personas que ostentan del poder dominan la mente de las personas, en nuestra realidad cultural este principio se  repite: el poder concentrado mientras la corrupción se normaliza.  

Eduardo Galeano en su libro de “Las Venas Abiertas de América Latina” dice: «Nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de  otros», y es que pasa justamente eso: nuestra identidad afroesmeraldeña constantemente se  ha visto reducida a aplausitos y a convertirse en relleno de eventos en los cuales solo se pagan  unas moneditas por bailar, muchas veces, bajo el sol y con una sonrisa cosida a los rostros. 

Cuando se baila para otras personas, nuestra cultura transforma a su gente racializada  en una suerte de actores y actrices que deben fingir emociones, no importa si un clavo penetra  en la planta de sus pies, no importa si la piedra del pavimento se incrusta entre sus dedos,  nunca se debe salir del papel, ni dejar de bailar, ni de sonreír. 

La música creada por los ríos, las olas y las palmeras, dejaron de ser libres y pasaron  a ser parte de una canción y una voz que alerta, cual bombo golpeador, y que busca  imponerse. Las personas que se dedican al arte, y más en general a la “cultura”, en esta Tierra  no valen mucho. Más valor tiene un cuerpo envilecido que modela trajes de diseñador sobre  pasarelas costeadas por figuras que perpetúan miradas racistas y machistas. 

«Aquellos o aquellas que tengan un lápiz y una hoja tendrán el poder de escribir o  reescribir la historia» 

La Casa de la Cultura Benjamín Carrión (CCE) Núcleo de Esmeraldas es «una institución  cultural ecuatoriana que promueve, difunde y fomenta el arte y la cultura en la provincia de  Esmeraldas, apoyando a artistas locales y preservando el patrimonio cultural  afroecuatoriano y regional», pero en la práctica, esta casa que debería de ser de todas y todos,  realmente es de un grupo de personas que controlan el poder cultural, mueve voluntades, han convertido la literatura en un vago deseo juvenil, y tiene a muchos de nuestros tesoros  materiales fuera del acceso público. 

En víspera de las elecciones para elegir al nuevo director/a se evidenció una estrategia  de control en las que el interés particular prevaleció sobre el bienestar cultural colectivo. La  manipulación de las mentes y la captación de agrupaciones culturales ponía en riesgo no solo  la gestión institucional, sino también, la memoria e identidad que debería ser preservada.

El filósofo Michel Foucaul (1975) sostiene que «el poder no se posee, se ejerce», y  en este ejercicio se genera un mecanismo de control que penetra en lo cultural. Precisamente  en nuestra Casa de la Cultura, el poder se ejerce a través de la influencia directa sobre las  agrupaciones artísticas y la cercanía con los directores y directoras de estas agrupaciones con  el objetivo de inscribir a sus integrantes al RUAC (Registro Único de Artistas y Gestores  Culturales) la cual es una base de datos oficial del Ecuador que reconoce y certifica a personas  y organizaciones que se dedican a actividades artísticas y culturales habilitándolos para que participen en las asambleas provinciales y elijan a los directorios de los núcleos provinciales de la CCE y asegurar votos. 

De esta manera, lo que debería ser un proceso democrático se convierte en una  estrategia de clientelismo cultural donde se manipula la conciencia con la promesa de apoyo (presentaciones nacionales e internacionales, instrumentos, etc) y favores en algún futuro cercano. Esta práctica desvía a las y los artistas de su verdadero objetivo: preservar y  promover la cultura en general.  

En lugar de fortalecer la identidad, se perpetúa la permanencia de un grupo de  personas en el mando, y es que el abandono hacia las figuras ancestrales de la cultura Tolita,  la falta de mantenimiento de las bibliotecas de la institución y la precariedad estructural de  la Casa de la Cultura, que se pretende tapar con una capa de pintura, nos lleva a preguntarnos,  ¿qué se está haciendo con los recursos?, ¿por qué tienen todo el conocimiento ancestral 

encerrado?, ¿por qué tienen nuestra historia atrapada dentro de unas cuantas manos?, y más importante, ¿por qué el pueblo no reclama la liberación de la Casa de la Cultura de  Esmeraldas? 

La verdad es que hemos perdido mucha de nuestras historias y estamos perdiendo  poco a poco nuestra identidad, no somos capaces de cuestionar, ni capaces de remembrar lo que nos contaban nuestros abuelas o abuelos, ya poco nos interesa la marimba como ente 

cultural sino que la vemos como un instrumento de generar dinero, preferimos balancearnos por las influencias del norte global, la cual siempre nos ha dicho que lo de ellos está por  encima que lo de nosotros… y solo cuando desde allá, desde lo hegemónico, se acepte lo  nuestro, solo ahí estaría bien. 

Cuando un pueblo deja de conocer sus raíces cualquiera puede aprovecharse y venderla. Sí, venderla. Y es que nuestras expresiones culturales y artísticas en vez de verse  como una conexión con nuestras raíces, con nuestra ancestralidad, se está viendo como un  negocio en donde se ofrece una cantidad de dinero por una experiencia inmersiva a nuestra  identidad, como si vestir por un momento nuestra ropa les hiciera sentir también los siglos  de racismo, segregación y resistencia.  

El pasado viernes 16 de agosto fueron las elecciones del nuevo directorio que estará  a cargo, hasta el 2029, de La Casa de la Cultura de Esmeraldas. En la jornada electoral pudimos evidenciar que solo había una lista y lo raro no está en que solo haya una opción  para elegir, sino que causa incertidumbre que otras personas, que tienen la capacidad y los  requisitos, no hayan querido lanzarse como candidatos/as.  

Entrevistamos a una persona a quien llamaremos Carmela para proteger su identidad.  Ella nos manifestó su punto de vista ante todo esto que está pasando dentro de nuestra cultura,  nos comentaba que «nadie más se quiso lanzar porque no querían ganárselo como enemigo»,  lo que me hizo preguntarle, ¿por qué?, a lo que respondió, pues «él ya tiene toda la  experiencia y somos muy cercanos». 

Su testimonio nos hace pensar ¿Si no estás a favor de algo la única opción que queda  es estar en contra? Nos encontramos ante un falso dilema. La corrupción es tan sucia que se mueve con tiempo, pero cada paso que da lo hace  con firmeza y sigilo, se colonizan las mentes más débiles y se las condiciona para que  busquen personas y formen parte del RUAC, es decir, no importa si recién estás iniciando, ellos van a decir que iniciaste hace años, pero tú tienes que darles tu voto para que todo este  “rescate” continúe, porque si no, se perdería la cultura.  

El problema no está en que se ayude y se apoyen a salir juntos con esta cultura tan  rica y tan empobrecida a la vez, el problema es que se ha construido una suerte de imperio  cultural con el talento de otras personas y se ha hecho pasar como un talento de una sola  figura (y no es que no tenga, sino que se ha aprovechado de las creaciones de otras personas  para enriquecerse y construir su “fama”), es como ser Thanos y conseguir a toda costa las  gemas del infinito, siendo cada gema una expresión cultural y con base a esto construir toda  tu vida.  

A esto lo podríamos llamar acumulación del poder corrupto, que no es más que una  práctica que busca construir una red de actores culturales que se consolidan y les permiten  mantener influencias y ganar en el futuro algún favor, algún contrato o algún un puesto.  

Gracias a esta acumulación de poder se puede inducir a personas, mayormente  jóvenes, a respaldar una figura en concreto, bañándolas en la idea de que así podrían tener la  oportunidad de seguir haciendo cultura y viajar a otras ciudades y países.  

Y es que creen que la juventud carece de la capacidad de ser crítica, y sí, esto tiene  un poco de razón, porque nuestro sistema educativo no nos enseña a pensar más allá de las  pizarras, nos encontramos dormidos espiritualmente. Por eso nuestra sociedad relaciona la crítica con algo malo, y se tiene la idea de que quien te critica es porque no te quiere ver crecer. Ese es el chip que nos han implantado. ¿Por qué si una persona tiene la capacidad de  pensar y de cuestionar lo que está pasando, debe de ser juzgada y silenciada? 

Nuestro contexto de discriminación social y familiar, la violencia, la delincuencia y  la pobreza estructural nos empujan a buscar otras formas de sostenernos en el día a día. Ahora  la delincuencia no es la única que acecha a la juventud y le da oportunidades de vida, sino  que también lo hace la cultura, pero lo hace más elegante, con un discurso diferente que ha sido adaptado para convencerte. 

En su afán de captar se meten con tu identidad, con tu herencia cultural, con tu  necesidad. Y no nos damos cuenta porque lo dicen tan bonito, sin embargo, cuando alguien  comienza a realizar cuestionamientos que no gustan a los “de arriba” se van contra esa  persona y hacen hasta lo imposible para que quienes aún no han despertado también rechacen las ideas de quien despertó y se ha dado cuenta de sus mecanismos que, en la búsqueda de  enriquecer la cultura, la empobrecen. 

Pero, ¿cómo nuestra riqueza cultural nos hace pobres? cuando una persona controla  una de las casas culturales recibe un recurso que debe ser utilizado para promover y fortalecer nuestra identidad cultural, pero siempre existe la posibilidad de que estos recursos se desvíen y cuando la plata gusta se hace hasta lo imposible para no dejar de controlarla. Y es muy  difícil hacerse la idea de que estos recursos, que deberían visibilizarse en nuestra cultura no  están en ella, sino que se ven reflejados en toda una maquinaria que embellece a un solo  sector. 

Remberto Escobar en su poema titulado “Si el Gobierno no me estima” dijo: «Por la  tierra yo le ataco con toda la infantería. Estos son los elefantes, tigre, leones y panteras; las 

congas con los tembanes, el batallón guasangul. (…) No quedará ni una chautiza que no  intervenga en la inquina, pues si me hace enojar, por Dios que me le voy encima», pero ¿qué pasa cuando no es Remberto quien tiene a todos estos animales bajo su poder? ¿qué pasa  cuando es el gobierno que no lo estima el que los ha puesto en su contra? 

No sé qué vaya a ser de nuestra cultura en unos años. Seguramente nos pareceremos  a Colombia, mejor dicho, seremos afrocolombianos porque la influencia del vecino país está  apagando, con la venia permisiva de quienes rigen la cultura en Esmeraldas, lo  afroesmeraldeño, lo propio. 

Nuestra cultura naufraga, entre el vaivén de las olas, y la turbulencia de los ríos. No  deberíamos permitir que la Casa de la Cultura sea un centro de caudillaje, más bien, se debería  de incentivar a las personas a que vean nuestra cultura como una herramienta del cambio, como una herramienta que lucha en contra de la injusticia, del racismo, de la deforestación,  de la contaminación de nuestros territorios y de tantas cosas a las cuales hemos sido  sometidos por el simple hecho de ser una negritud rebelde. 

¿Será que perdimos la rebeldía, la libertad y la grandeza?

Amandla Medio