La dignidad y la memoria vencieron, una vez más, a la cultura de muerte y al miedo. El domingo nos levantamos temprano, no solo para votar, sino porque reconocimos que el compromiso era —y sigue siendo— con el futuro de un país que se desangra todos los días. Ese NO rotundo se convirtió en un acto de defensa colectiva, en el instrumento para “poner en cintura”, como dicen las abuelas de Esmeraldas, a un proyecto de poder que intentó justificar lo injustificable, envolviéndose en los vicios más profundos del autoritarismo.

Para nuestras comunidades, la dignidad no es una palabra abstracta. Es un valor ancestral, un principio ético que guía la resistencia y la vida misma. Por eso, esta vez, la dignidad se transformó en un lenguaje común entre pueblos y nacionalidades; una fuerza que unió luchas diversas y urgentes: la defensa de los derechos de la naturaleza; la memoria de nuestros ríos contaminados por la negligencia; el reclamo de quienes han sido víctimas del perfilamiento racial; las demandas de los territorios que ven vulnerados sus derechos colectivos debido a la ausencia crónica de inversión pública; la indignación ante el cierre del Ministerio de la Mujer; el duelo por nuestras compañeras y compañeros caídos en el paro; la memoria de los cuatro de Las Malvinas; los jóvenes del río Tachina; las personas desaparecidas en contextos de militarización; por los enfermos que no lograron accedes a una dialisis, por los jubilados que no tienen medicinas, por las infancias y jovenes que se encuentran por fuera del sistema educativo por la precarizacion,  los territorios cruelmente acusados de terrorismo; los nombres de Efraín Fuérez, José Guamán y María Paqui; y la vergüenza nacional que representan las masacres carcelarias bajo tutela militar.

El resultado de esta consulta y este referéndum no fue un simple ejercicio electoral. Fue una apuesta política profunda, una respuesta ética desde los valores reales de la participación ciudadana. Y, sobre todo, fue un mensaje claro: el país no se rinde ante la manipulación ni ante las prácticas extorsivas de bonos que nunca llegaron, ni ante el chantaje de presupuestos asignados según conveniencia política. En medio de la crueldad, del dolor y de las ausencias que atraviesan este Ecuador fracturado, la victoria en las urnas es un brote de esperanza. Una afirmación colectiva de que la democracia se defiende ejerciéndola, y que la dignidad no se negocia.

Hoy, más que nunca, Ecuador defiende la dignidad.

Juana Francis Bone