Violencia es la palabra que más repetimos a diario en Ecuador, pero si es la realidad que vivimos, ¿cómo impedir que salga de nuestros labios? ¿Cómo no nombrar lo que atraviesa cada territorio, cada comunidad, cada cuerpo vulnerable? En medio de esta urgencia, Becky G, reconocida trabajadora trans, y Kendra Cabeza, activista y referente cultural trans, han sido asesinadas en septiembre y octubre de 2025 en Guayaquil, dejando un vacío profundo y la sensación de que la violencia armada continúa avanzando más rápido que cualquier intento institucional por detenerla. Y ante esa expansión, lo que resiste, lo que permanece, lo que no pueden arrebatarnos, es la memoria.
El asesinato de Becky G ocurrió el 8 de octubre de 2025, en pleno centro de Guayaquil, en la intersección de García Moreno y Primero de Mayo. Becky fue atacada a tiros y murió en el lugar. Quienes la conocían relatan que en días previos hombres armados habían intentado extorsionarla para permitirle continuar con su actividad laboral. No se sabe cuánto exigían, pero sí se sabe que Becky se negó. Esa negativa fue seguida por su muerte. La escena, abrupta y dolorosa, dejó a su comunidad entre el duelo y la indignación, conscientes de que la impunidad pesa tanto como las balas.
La muerte de Kendra Cabeza, activista trans vinculada a Ksa Trans, ocurrió unas semanas antes, cuando su desaparición se reportó el 22 de septiembre de 2025. Tras salir a conversar con un hombre, no volvió a ser vista. Sus compañeras difundieron alertas y solicitaron apoyo en la búsqueda, pero los avances oficiales fueron escasos. Días después, su cuerpo apareció con signos de tortura. Kendra había formado parte de Ksa Trans desde joven, participando activamente en espacios culturales como el voguing y el afrotransfeminismo, y era considerada un referente para varias generaciones de mujeres trans de la ciudad. Su muerte se convirtió en un nuevo símbolo de lo que ocurre cuando la protección estatal es insuficiente o inexistente.
El crimen de estas dos mujeres es la materialización de una preocupación que viene gestándose desde hace mucho. En lo que va de 2025, la Federación Ecuatoriana de Organizaciones LGBTI+ ha registrado 15 asesinatos de personas LGBT+, 11 de ellos mujeres trans. Los datos reflejan una continuidad con el año anterior: 2024 cerró con 30 asesinatos de personas LGBT+, según el informe Runa Sipiy de Silueta X, y el 73,3 % de las víctimas eran mujeres trans. Ese año, Guayas acumuló 12 asesinatos, Manabí 5, Los Ríos y El Oro 3 cada una, y Pichincha 2. En los últimos cinco años, los asesinatos contra población LGBT+ han aumentado 87,5 %, una cifra que las organizaciones atribuyen al debilitamiento institucional y a la falta de políticas de prevención y protección.
Y es allí donde la memoria cobra fuerza. La memoria no es un acto simbólico; es una forma de sostener, de ordenar el duelo, de reclamar justicia, de impedir que estas vidas —Becky G, Kendra Cabeza y tantas otras— se pierdan en el ruido de la violencia. Desde diversas colectivas y organizaciones se advierte que la violencia armada y la desprotección estatal siguen siendo una amenaza constante, y la memoria se convierte en el espacio desde el cual se exige verdad, justicia y dignidad, asegurando que estas vidas, arrebatadas antes de tiempo, no sean olvidadas.
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