Pasión, conciencia y dignidad ilustrada
Annabella Valencia es una ilustradora afrodescendiente de 33 años, nacida en la EsmeCity, que, inspirada por los cuadernos de dibujo de su hermana mayor, decidió dejar su trabajo de oficina para apostar por la creatividad que la habitaba, haciendo dibujos narrados desde la dignidad de la afrodescendencia y el cuidado de lo diverso.
Admiración y curiosidad llevadas al papel
Annabella, a pesar de que en sus primeros años de vida no se dedicaba a dibujar, descubrió a los 13 años, de peladita, que una de sus pasiones se encontraba en lo que sucedía cuando ella interactuaba con el lápiz y el papel. Una de las primeras personas que ayudó a despertar ese interés creativo fue su hermana mayor, quien tenía varios cuadernos de dibujos que le llamaban la atención. Tanto así que, por fin, logró “adueñarse” de uno de ellos, y los frutos de esa travesura los estamos viendo hoy en día.
La valentía de apostar por lo que realmente nos mueve
Siempre le interesó todo lo que tenía que ver con lo visual. Cuando llegó a la universidad quiso estudiar fotografía, pero al no ser una carrera como tal, optó por seguir artes plásticas. Año tras año mejoró sus habilidades en dibujo, ilustración y edición fotográfica. Y bueno, la vida tenía que seguir: al graduarse, consiguió un trabajo en una oficina. Pero pasó el tiempo, y se dio cuenta de que eso no era para ella. ¡Be! Esa muchacha se armó de valor y renunció a lo monótono para dedicarse a habitar su ser creativo.
La dedicación diaria y la llegada de “Un Diccionario Afroesmeraldeño”
En medio del limbo en el que unx queda después de renunciar, Annabella decidió que no se iba a quedar quieta. Necesitaba realmente dedicarle tiempo a lo que le gustaba. Así que se propuso hacer por lo menos un dibujo diario, con la finalidad de hacer de este quehacer una práctica constante. En un primer momento, había direccionado este esfuerzo a poder llegar a dar clases en escuelas, teniendo esta habilidad como un agregado. Pero los y las ancestras se alinearon para que podamos apreciar su arte en otro ámbito con la llegada de la propuesta que cambiaría el curso de su vida: la ilustración de Un Diccionario Afroesmeraldeño, libro a manera de homenaje a la cultura afroesmeraldeña, especialmente de la comunidad Playa de Oro, con un enfoque etnoeducativo.
Ennegreciendo y diversificando la ilustración
Para Annabella, en la lucha constante de decidir ser creativa, ha habido también un compromiso por ennegrecer las narrativas artísticas, haciendo que la identidad afrodescendiente se encuentre en el centro del relato. Teniendo en cuenta que en Ecuador no hay muchas personas que se dediquen a ilustrar a las corporalidades negras y afrodescendientes desde la diversidad que las compone —tonos de piel variados, diferentes texturas de cabello y peinados, junto con una amplia variedad de vestimenta— no hay mejor relator que quien encarna esta realidad.
Siempre se ha visto que las representaciones de personas afrodescendientes han sido mediadas por expresiones racistas y estigmatizantes; ella quiere hacerle frente a esto. Además, sus ilustraciones se expanden a cuerpas diversas en etnias, formas, tamaños, a la naturaleza, a animales y objetos caracterizados por ser muy detallados. Annabella menciona que se fija mucho en esas cosas porque le fascina la idea de pensar que las personas se detienen a contemplar también esos detalles.
Darle voz a lo ilustrado
En narrativas totalmente blanqueadas, necesitamos visibilizar y seguir construyendo referentes de una negritud y afrodescendencia activa que se está comiendo el mundo desde distintas disciplinas. Annabella quiere que, en unos años, las generaciones futuras digan: “Mira, este libro fue ilustrado por una mujer afroesmeraldeña”; “estas ilustraciones que representan al pueblo afrodescendiente y de la diáspora fueron hechas por una mujer afrodescendiente”; “hay gente negra retratando a gente negra”.
Ella quiere expandir su trabajo y su visión. A través de su voz, desea fortalecer sus ilustraciones con lo que tiene para decir, ya que confesó la timidez que la invade a veces, pero que trabaja de a poquito todos los días. Annabella trata de “ser constante, de no desfallecer y de mantenerse” por dos razones: porque quiere convertirse en el referente que ella no tuvo —y que le hace falta a muchxs— y porque no quiere seguir “asesorando” a quienes quieren apropiarse de nuestra historia.
Soñar futuros posibles para las afrodescendencias
Las afrodescendencias y negritudes de este país merecen soñarse millones de futuros posibles, y hacer y vivir del arte puede y debe ser uno de ellos. Pero no solo desde la representación, sino también desde el acceso, la autonomía y el reconocimiento real. El arte, cuando nace desde la identidad y se hace con conciencia, tiene la capacidad de transformar imaginarios, sanar heridas históricas y sembrar orgullo colectivo.
Annabella, con cada trazo, está ayudando a construir un archivo visual y simbólico para las generaciones futuras. Su trabajo nos recuerda que el futuro de las afrodescendencias no está solo en resistir, sino también en crear, imaginar y liderar nuevas formas de habitar el mundo.
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