En Ecuador, vivir se ha convertido en un acto de resistencia cotidiana. Con corte a junio de 2025, el costo de la Canasta Básica Familiar (CBF) alcanzó los $812,64 mensuales, superando por mucho los ingresos de millones de familias. Un año atrás, ese mismo indicador estaba en $795,75, lo que significa un aumento de $16,89 en apenas doce meses, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Mientras tanto, el salario básico continúa en $460, y la realidad de la mayoría de ecuatorianos es aún más dura: el subempleo afecta al 34% de la población económicamente activa, y el empleo pleno es cada vez más escaso.

Si bien es cierto que la vida no debería reducirse a cifras, hay momentos en que los números son la única evidencia que no se puede tergiversar. Son la prueba irrefutable de una precariedad que las voces oficiales intentan negar. ¿Cómo se vive cuando un mes entero de trabajo no alcanza ni para cubrir lo más elemental: la alimentación, la salud o la limpieza del hogar? Siendo estos los rubros que más alzas han sufrido en el mercado. Ya nos dijeron que hay que “sacrificar el postre” o que este debe ser un “esfuerzo compartido”, pero los meses pasan y la carga siempre recae sobre los mismos: el pueblo. Porque mientras algunos administran la crisis desde escritorios, otros la viven en carne propia, todos los días.

Comer se volvió un lujo selectivo. En solo un mes, el plátano maduro subió un 33,14%, el plátano verde un 17,75%, la cebolla colorada un 5,57%, y la col un 5,12%. Otros productos esenciales como el queso fresco (2,21%) y el pan envasado (3,2%) también registraron alzas. Aunque el índice general de alimentos bajó -0,27% en junio, esta baja es estadística: en los hogares, la percepción es contraria.

En salud, el panorama es igual de preocupante. Los medicamentos para la diabetes aumentaron 3,36%, las vitaminas y antianémicos subieron 3,51%, y los antibióticos un 2,41%. Para quienes deben medicarse de forma continua, la diferencia mensual pesa directamente sobre su calidad de vida. Incluso productos no médicos como cremas (12,19%), protectores solares (8,02%) y tintes para el cabello (8,21%) registran alzas muy por encima del promedio nacional. Mantenerse sano se vuelve un reto doble cuando el sistema de salud pública esta totalmente fracturado por la deficiencia histórica que lo caracteriza. 

El hogar también se encarece. El detergente para ropa (1,97%), el cloro y los desinfectantes (1,55%), y el jabón para vajilla (2,48%) registraron aumentos que, aunque parecen menores, se suman al conjunto de gastos obligatorios. Hay necesidades que no desaparecen con solo mirar hacia otro lado. Fenómenos como la inflación escapan, en parte, a nuestro control, pero no así las decisiones políticas. Las estrategias de gobierno —el ente responsable de garantizar el bienestar de su población— marcan en gran medida la diferencia en cómo se vive una crisis. Si no existen políticas públicas que dignifiquen la vida y aseguren el acceso real a lo básico, entonces el bienestar deja de ser un derecho y se convierte, poco a poco, en un privilegio al que solo algunos pueden aspirar.

Samira Folleco