Conmemoración a todas las mujeres rurales que se movilizaron en el Paro Nacional
Desde el inicio del Paro Nacional en septiembre, las mujeres indígenas y rurales de diversos territorios del país se han movilizado, acompañado y resistido de múltiples formas. Han marchado por las calles, levantando su voz por la justicia social; han preparado y compartido alimentos; y en muchos casos, han puesto en riesgo su propia seguridad para proteger a sus comunidades frente a los abusos policiales y militares.
Su participación no es nueva. También estuvieron presentes en las jornadas de octubre de 2019 y junio de 2022, cuando el país vivió fuertes manifestaciones contra medidas económicas de alto impacto social. En esos contextos, las mujeres desempeñaron un papel fundamental en la organización comunitaria, coordinando la distribución de alimentos, asistiendo a las personas heridas y sosteniendo redes de apoyo que garantizaron la continuidad de las protestas.
Pero, más allá de la movilización, el aporte de las mujeres rurales ha sido decisivo en la búsqueda de mejores condiciones de vida y en la defensa de la participación política, especialmente en un país donde las brechas sociales, de género y étnicas continúan profundizándose. A través de asociaciones y coaliciones, han denunciado de forma constante la falta de políticas públicas efectivas para proteger sus derechos y garantizar sus oportunidades de desarrollo.
A pesar de su papel esencial en la producción de alimentos, las mujeres rurales siguen enfrentando barreras estructurales que limitan su acceso a la tierra, al crédito y a los recursos productivos. Según datos del Ministerio de Agricultura y Ganadería (2022), solo el 12, 71% de las tierras agrícolas del país está en manos de mujeres. La ausencia de mecanismos de protección a la agricultura familiar y los desalojos de comunidades campesinas, indígenas y rurales agravan aún más la situación, dejando a muchas sin tierra, sin capital de trabajo y sin medios para cultivar.
La desigualdad también se refleja en la falta de acceso a servicios básicos como salud, educación, agua y saneamiento, condiciones que afectan de forma diferenciada a las mujeres. A esto se suma la sobrecarga del trabajo no remunerado en el hogar y en las actividades agrícolas. De acuerdo con la FAO, las mujeres rurales dedican en promedio 25 horas más por semana que los hombres a las tareas domésticas, lo que limita sus oportunidades para participar en actividades productivas y comunitarias.
De igual forma, otro desafío que enfrentan es la contaminación del agua, la tierra y el aire provocada por la expansión de las industrias petroleras, mineras y agroindustriales. Estas actividades no solo deterioran los ecosistemas, sino que ponen en riesgo la base de la soberanía alimentaria. Las mujeres rurales conocen mejor que nadie las consecuencias del extractivismo y del despojo. Por eso, cuando se levantan en defensa de la tierra y el agua, lo hacen con profunda conexión con la naturaleza, entendida como no solo como sustento sino como fuente de vida.
En este contexto, hablar de “sostener la vida” no es una metáfora. Las mujeres rurales realmente sostienen la vida: siembran, cuidan, alimentan y resisten. Son las guardianas de los saberes ancestrales, de las semillas, de las tradiciones que dan sentido a la comunidad. Pero también son las primeras en cargar con las consecuencias del abandono estatal, del racismo estructural y de un modelo económico que margina a quienes trabajan la tierra.
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