Agosto es un mes sagrado para la memoria de Esmeraldas. El 5 de agosto de 1820, esta provincia cimarrona proclamó su libertad, en un acto que fue mucho más que una declaración política: fue una gesta popular, negra y valiente, que antecedió incluso a otras independencias oficiales del país. Sin embargo, más de dos siglos después, esta libertad no ha sido correspondida con justicia, inversión ni reconocimiento real desde la estructura del Estado.

Entre los pilares silenciosos y constantes de esta resistencia se encuentran las mujeres de Esmeraldas afrodescendientes,  rurales, periféricas, negras, montubias, mestizas, indígenas. Mujeres que sostienen la vida en medio de crisis, militarización, abandono institucional, violencia estructural y racismo ambiental. Su trabajo, muchas veces invisibilizado, es el motor de la economía popular, del cuidado comunitario, del saber ancestral, de la producción agrícola y de la defensa territorial.

La historiadora Katherine Bonilla nos recuerda que la lucha por la libertad de Esmeraldas no puede ser entendida sin hablar de los palenques y cimarronajes, donde mujeres y hombres se organizaron para huir del yugo esclavista. En su obra Cimarronaje y autonomía en la costa del Pacífico, Bonilla señala que fueron las comunidades negras las que tejieron las primeras formas de gobernanza libre en Esmeraldas, mucho antes de que el acta de independencia fuera firmada. En esos procesos, las mujeres eran médicas, guerreras, sabias, lideresas.

El investigador Juan García Salazar, en sus relatos orales sobre la memoria de los pueblos afroecuatorianos, afirma con claridad:

“La historia del Ecuador no sería la misma sin la negritud de Esmeraldas. Pero esa historia no está en los libros, está en las cocinas, en los ríos, en los cantos, en las mujeres que la siguen contando.”

Hoy, en cada rincón de esta provincia, las mujeres siguen sembrando libertad. En los campos de San Lorenzo, en los mercados de Borbón, en las ollas comunitarias de Las Palmas, en las mingas por la vida en Río Verde, ellas son la continuidad viva de aquella independencia. Son las que levantan casas tras las inundaciones, las que organizan redes de ayuda ante el abandono del Estado, las que educan en la identidad, las que crían y curan con hierbas, las que dan alegría en cada marimba, en cada festival, en cada lucha.

¿Qué significa realmente la independencia de Esmeraldas si no hay agua potable en muchas de sus comunidades?
¿Qué tipo de libertad celebra el Ecuador cuando sus mujeres rurales viven sin atención médica digna o condiciones seguras para sus hijas?
¿Dónde está la reciprocidad del país hacia esta tierra que ha dado tanto?

La riqueza de Esmeraldas ha sido histórica: oro, madera, petróleo, mar. Pero la mayor riqueza de esta tierra sigue siendo su gente. Su capital social y cultural. Su creatividad inagotable. Sus mujeres, siempre al frente, incluso cuando nadie las menciona en los discursos oficiales.

Hoy, más que una efeméride, agosto debe ser un recordatorio urgente de que la libertad no es un hecho pasado, sino una tarea presente. Y que la deuda histórica del Ecuador con Esmeraldas —y con sus mujeres— sigue vigente.

Por eso, desde cada canto de marimba, desde cada siembra, desde cada cocina, desde cada palabra tejida con amor, Esmeraldas vuelve a gritar: aquí seguimos, vivas, libres y valientes.

Juana Francis Bone