En un país como Ecuador, donde tantas veces se ha repetido que la educación es el camino al futuro, se vuelve cada vez más difícil sostener esa promesa cuando las escuelas ya no son lugares seguros. Hoy, la inocencia que debería habitar en las instituciones educativas también está bajo ataque. Las infancias y juventudes que cruzan las puertas de sus escuelas deberían encontrar en ellas un espacio para aprender, jugar, crecer y equivocarse sin miedo. Pero en muchas zonas del país, eso ya no es posible.

Entre febrero de 2024 y mayo de 2025, más de 520 docentes de escuelas públicas denunciaron haber sido víctimas de extorsión por parte de grupos narcoterroristas. Las amenazas no solo afectan a los maestros, sino que crean un ambiente hostil para toda la comunidad educativa. Como respuesta, el Estado ha activado el plan ‘Escuelas Seguras’, que implica la presencia de policías armados en más de 220 planteles, especialmente en zonas de alto riesgo como Guayaquil. 

Aunque la intención es proteger, la medida refleja un país que ha normalizado la militarización de los espacios escolares. ¿Cómo se puede hablar de aprendizaje cuando el recreo está vigilado por hombres armados? ¿Cómo se puede fomentar la creatividad, la libertad de pensamiento o la confianza en uno mismo si el ambiente está lleno de miedo y control? Estas imágenes no solo rompen la idea de escuela como un refugio, sino que también condicionan cómo las infancias y juventudes entienden la sociedad que los rodea.

La militarización no soluciona nada en absoluto. La presencia de armas puede imponer orden momentáneo, pero no construye vínculos, no reemplaza el rol de un docente bien formado, ni la necesidad de psicólogos, ni espacios de diálogo. No devuelve la tranquilidad ni la confianza. No repara el daño emocional de estudiar entre amenazas. La violencia en las escuelas es el reflejo de una crisis más profunda: un Estado que ha dejado de priorizar la educación como herramienta real de transformación.

La violencia no está solo en las amenazas externas. Dentro de las aulas, uno de cada cinco estudiantes entre 11 y 18 años ha sido víctima de acoso escolar, de acuerdo a los datos del Ministerio de Educación. El maltrato entre pares, el bullying y la falta de intervención efectiva por parte de las autoridades educativas son parte de una violencia más silenciosa pero igualmente destructiva. Las aulas deberían ser lugares de cuidado y contención emocional, pero muchas veces se convierten en escenarios donde hace presencia el silencio, el dolor y el abandono. 

Hoy, la inocencia que debería ser parte natural de la experiencia escolar está siendo desplazada por el miedo, el silencio y la desconfianza. Cuando una niña o un niño deja de sentirse seguro en su aula, pierde más que tranquilidad. Pierde la libertad de aprender sin miedo. Pierde la alegría de ir a clase. Pierde la capacidad de imaginar un futuro mejor. Y cuando esa inocencia se pierde, lo que se desvanece no es solo el presente, sino también la posibilidad de un país diferente. Hoy, más que nunca, es necesario defender no solo el acceso a la educación, sino el derecho a una infancia y juventud que pueda vivirla con alegría, sin miedo. 

Samira Folleco