Autora: Ing. Zulay Xiomara Mercado Bazan.
Ser una mujer negra y activista ambiental no es fácil, y lo digo desde mi propia experiencia. Enfrentamos no solo la lucha por los derechos humanos y el medio ambiente, sino que también cargamos con el peso del racismo y el sexismo. Aunque somos piezas clave en la protección de nuestras comunidades y del planeta, nuestras voces a menudo son ignoradas, y a veces incluso silenciadas violentamente.
En mi camino como activista, he entrevistado a muchas otras mujeres negras que también defienden el medio ambiente y los derechos humanos. Lo que encontré no fue sorpresa: el 90% de ellas ha experimentado racismo, discriminación y violencia política. Esto me resuena profundamente porque yo también he vivido esas mismas situaciones. No se trata solo de luchar por causas justas, sino también de defendernos a nosotras mismas en un mundo que constantemente intenta hacernos invisibles.
La interseccionalidad, esa idea que explica cómo diferentes formas de opresión se cruzan, es la clave para entender por qué cargamos con tantas luchas al mismo tiempo. Nosotras no solo defendemos la naturaleza o los derechos de nuestras comunidades; también estamos defendiendo nuestra existencia, nuestra dignidad, en un mundo que frecuentemente nos margina y nos ignora.
He estado en la primera línea de varias luchas, y sé de primera mano cómo es que muchas de nuestras contribuciones son minimizadas o directamente invisibilizadas, tal como lo describía Angela Davis. Esto no es casualidad , es una forma de mantenernos fuera de los espacios de poder, relegando nuestras luchas y logros a la periferia de los movimientos principales.
La violencia física es una realidad constante en nuestras vidas como activistas. He sido testigo de cómo amenazas, agresiones e incluso asesinatos se utilizan como herramientas para silenciarnos. Y esto no solo busca frenar nuestra lucha, también es un mensaje para que otras mujeres negras no se atrevan a defender sus derechos. En mi caso, el desgaste emocional es igual de fuerte. No es fácil lidiar con el estrés, la ansiedad y el cansancio que trae el ser una defensora en un sistema que parece diseñado para hacernos fallar. Audre Lorde lo llamó la «fatiga de la lucha», y es una sensación con la que muchas de nosotras nos podemos identificar.
Además, el aislamiento social y político es otra barrera que enfrentamos. A menudo, se nos niega el acceso a los recursos y el apoyo necesario para continuar nuestro trabajo. Esa falta de reconocimiento genera un agotamiento profundo. A veces, una se siente como si estuviera luchando sola.
Por eso, es fundamental que reconozcamos y valoremos nuestro trabajo como mujeres negras activistas. Necesitamos espacios seguros donde podamos compartir nuestras experiencias, apoyarnos mutuamente y seguir adelante con nuestra lucha. Si no creamos estos espacios, nuestras voces seguirán siendo silenciadas, y las causas que defendemos quedarán sin atención. Mi activismo es esencial para mí, pero también lo es para la defensa de los derechos humanos y ambientales. Sin embargo, el precio que pagamos es alto. Es hora de que se nos reconozca y se nos apoye de manera tangible para que podamos seguir defendiendo lo que es justo sin tener que sacrificar tanto.
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