POR: SISA ANRANGO
El uso del humor para disfrazar comentarios o actitudes racistas es especialmente dañino, ya que puede normalizar o trivializar la discriminación, haciéndola más aceptable para algunas personas. Es fundamental reconocer y denunciar este tipo de comportamientos, pues contribuyen a la perpetuación de un ambiente hostil y excluyente.
La comedia y el humor pueden ser herramientas poderosas para abordar temas sociales y generar reflexión, siempre que se utilicen de manera responsable y respetuosa. Sin embargo, a lo largo de la historia, las poblaciones hegemónicas han recurrido a la parodia para reforzar la marginación de los grupos oprimidos. Un claro ejemplo de ello es el blackface, una práctica racista en la que una persona, generalmente blanca, se pinta la cara de negro o marrón para representar de manera estereotipada a las personas negras. Este recurso tiene sus orígenes en el siglo XIX en Estados Unidos, cuando actores blancos utilizaban maquillaje oscuro en espectáculos de minstrelsy para burlarse de la cultura afroamericana, reforzando estereotipos negativos y deshumanizantes.
En Ecuador, el racismo tiene raíces profundas que se remontan a su fundación. A pesar de los avances logrados en los últimos dos siglos, la discriminación y la exclusión hacia las personas racializadas siguen siendo una realidad persistente.
Las elecciones presidenciales recientes han sido un claro reflejo de este problema. Se ha evidenciado cómo el racismo estructural sigue profundamente arraigado en la sociedad ecuatoriana, manifestándose en la resistencia a reconocer a las naciones originarias como sujetos de derecho político. El imaginario colectivo aún no acepta que un candidato indígena, campesino y empobrecido pueda haberse preparado académicamente y posea la capacidad para liderar un país.
En este contexto de violencia racista masiva, una actriz y un comediante guayaquileño han decidido presentar una supuesta obra teatral en colaboración con Moti el Pescado y Josefina. Esta producción no hace más que normalizar la burla y el ridículo hacia otras culturas y formas de vida, tanto en los medios de comunicación como en la sociedad en general. Esto es inaceptable, pues refuerza el racismo estructural que afecta directamente a comunidades indígenas, afrodescendientes y montubias, quienes enfrentan los índices más altos de desnutrición, pobreza y deserción escolar en el país.
Estudios sociológicos han demostrado que estas sátiras racistas refuerzan el estereotipo del indígena como ignorante, sucio y malicioso, lo que tiene consecuencias graves en la vida cotidiana de quienes buscan acceder a empleos formales y oportunidades dignas.
La aparente inofensiva broma racista, el uso de la vestimenta de las naciones originarias como un simple disfraz en desfiles y eventos, la apropiación de sus espacios representativos, el extractivismo epistémico y la negación de sus experiencias sostienen y alimentan las formas más abiertas y crudas del racismo. Un ejemplo claro de esto es el caso de los cuatro niños de Las Malvinas.
Es hora de decir basta a cualquier acto de racismo, sin importar su magnitud. Es hora de reconocer y denunciar la discriminación y la exclusión, y de trabajar juntos para construir una sociedad más justa e inclusiva.
Necesitamos formación sobre racismo y antirracismo en las instituciones educativas, los medios de comunicación y otros espacios clave. Como decía Angela Davis, no basta con no ser racista; es urgente asumir un compromiso activo con el antirracismo.
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