Andrea Ostaiza
Una voz para nada indiferente a lo que la rodea
Andrea Ostaiza es una cantora y abogada oriunda de Esmeraldas —para ser más exactos, de la Parada 9 y Malecón— un lugar donde la ciudad jamás fue silenciosa y la música se cuela por las ventanas. Fue precisamente desde la suya donde conoció a algunos de sus grandes amores: los arrullos, los chigualos y la marimba. Aunque en su casa no se tocaban ni se cantaban estas músicas tradicionales, más abajito —en la misma cuadra, apenas unas casas más abajo— sí que se escuchaban. Fue ahí donde todo comenzó y también se cuestionó cómo, viviendo en la misma tierrita, podían existir formas tan distintas de ver y sentir el mundo.

Una vida que suena a música desde siempre
Andrea jamás pensó en dedicarse a la música. En la escuela no le gustaba la materia, sentía que le enseñaban cosas muy infantiles para alguien que ya se sentía un alma vieja. Aunque no tocaba ningún instrumento y estuvo a punto de reprobar, el impulso musical ya vivía en ella: componía a escondidas, grababa melodías con un micrófono de juguete y guardaba canciones como secretos. Hasta que un día su papito la descubrió… y desde ahí empezó a gestarse la historia de una gran estrella.
De la escuela al escenario
Después de ese primer impulso, Andrea no pudo seguir disimulando su amor por la música. En el colegio se lanzó sin miedo: si había que cantar, ella cantaba; si era coro, allá estaba metida. Todo lo que sonara a música la llamaba, y ella respondía. Participó en varios coros y fue invitada al coro polifónico de la Universidad Luis Vargas Torres. A partir de ahí, las puertas a proyectos musicales comenzaron a abrirse solitas, y ella se entregó con todo. Porque cuando la música te habita, no hay vuelta atrás.
Abogada de profesión, pero ejerciendo su pasión
Para Andrea, la inspiración empezó a llegar aún más en la Universidad, cuando se inscribió para estudiar Derecho. Sin embargo, decidió ejercer lo que realmente ama: la música. Fue cuando vio a una de sus amigas participar en un grupo de música y danza tradicional que se animó. Durante la pandemia, junto con su amiga, fue a probar suerte en Tierra Verde, experimentando todo el goce que puede dar la música tradicional. En esos experimentares, nació la agrupación Proyecto Yubá, una apuesta por consolidar la presencia de mujeres líderes en una escena artística habitada mayoritariamente por hombres.

Una maleta llena de sueños
Desde entonces, Andrea no paraba en su casa. Con esta apuesta por su independización musical con Proyecto Yubá, participaron en festivales tanto dentro como fuera del Ecuador. Uno de ellos fue Somos Latinamérica, que se realizó en Quito, Argentina y Perú. Su mundo musical se expandió, y con él, un mar de oportunidades: su participación con el grupo Tierra Negra Internacional, en uno de los festivales más grandes de música tradicional, el Petronio Álvarez, fue tan brillante que no la dejaron regresar a casa.
Cogió su maleta y siguió viajando a otros festivales en Colombia, Perú y en su propia casa, Esme. Sus participaciones en agrupaciones y festivales son impresionantes… y uhhhh, si les contáramos todo, nos quedaríamos aquí leyendo este artículo todo el día.
“Yo escribo para mí pensando en lo que sienten los demás”
Andrea, además de escribir canciones, escribe poesía. Y lo especial de este proceso creativo es que no deja de pensar en lo que nos pasa, en lo que nos atraviesa. Su escritura nunca deja de lado el sentipensar de vivir en un territorio como Esmeraldas: un territorio que vive en resistencia constante, en lucha incesante y en dolor permanente, pero que, a través del arte, logra sobrellevar una realidad compleja. Ella piensa en lo que sufren y gozan los demás, y desde ahí crea.
La música tradicional: memoria viva del Pacífico
Andrea resalta y plasma en el escenario que lo que escuchamos no son solo cantos. Hay una historia detrás de cada uno de los versos, de cada paso que dan los bailarines. Está la memoria de los mayores impresa en la marimba, en el currulao, en los arrullos, en los chigualos. Porque la música tradicional es mucho más que ritmo: es memoria viva del Pacífico.
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