El pasado 28 de octubre se reportó un derrame de diésel en el sector de Pueblo Nuevo, en el cantón Quinindé, provincia de Esmeraldas. Apenas siete meses después de uno de los desastres medioambientales más grandes que ha vivido el país en las últimas décadas —el derrame de 25 116 barriles de petróleo por la ruptura del Sistema de Oleoducto Transecuatoriano (SOTE)—, aquí estamos, frente a un escenario similar.
Este hecho vuelve a dejar expuestos a quienes llaman hogar a este cantón. Con el derrame de diésel —del cual no ha habido total transparencia sobre sus niveles de afectación—, el simple hecho de vivir en Quinindé se convierte en una hazaña, en un acto de supervivencia. Ríos, aire y cultivos: otra vez contaminados. Familias que viven de la pesca o del cacao ven comprometidos sus medios de vida, mientras el olor del combustible se cuela entre las casas. No es normal que se nos recomiende usar mascarillas para poder respirar. ¿Dónde está el aire puro al cual tenemos derecho?
El Cuerpo de Bomberos y la Empresa de Agua Potable del cantón aseguraron que “se está neutralizando la propagación del contaminante” y que “el sistema de agua potable no sufrirá afectaciones”. Lo problemático aquí es que ya no hay alarma a la hora de comunicar estos “accidentes”; se abordan como si fueran parte del paisaje cotidiano.
Por su parte, la ministra de Ambiente, Inés Manzano, informó a través de X que la causa del derrame se debe a la conexión ilegal de una manguera que se rompió por la presión. Así, se reafirma que lo urgente deja de serlo cuando hay espacio para seguir culpando a un otro —en este caso, al contrabando— mientras no se asumen responsabilidades ni se implementan soluciones estructurales.
¿Hasta cuándo vivir en Esmeraldas será un acto de supervivencia? Porque cada derrame, cada silencio institucional y cada respuesta tardía evidencian una deuda histórica del Estado con esta provincia. Una deuda que no solo se mide en contaminación o abandono, sino en el olvido sistemático de un territorio que, a pesar de todo, sigue resistiendo. Sin romantizar la resistencia, porque en Esmeraldas resistir es, muchas veces, la única forma de vida que queda.
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