En este sistema que nos reduce a cifras y nos mide por lo que podemos producir, parece que nuestra humanidad se disuelve. ¿Qué tan productivas somos? ¿Cuánto generamos? ¿Cuánto ganamos? Esas son las preguntas que nos definen, porque vivir en el capitalismo significa estar siempre bajo la lupa de la eficiencia y la rentabilidad. La idea de descansar, de tomarse un respiro, se convierte en un lujo cargado de culpa. 

Aunque este sistema nos ahogue y nos limite, seguimos en la misma rueda, como piezas de un engranaje que solo funciona si seguimos produciendo. Pero en este mercado laboral, las mujeres no ocupamos el espacio que merecemos; seguimos enfrentando barreras que nos mantienen fuera, que nos niegan la oportunidad de habitar plenamente esos espacios.

En Ecuador, el sistema clasifica a la población en dos grandes grupos: la población económicamente activa y la población desocupada. La población económicamente activa se refiere a aquellas personas que están involucradas en el mercado laboral, ya sea porque están trabajando en un empleo remunerado o porque están buscando empleo de manera activa. Es decir, son individuos que están dentro de las dinámicas de producción del país.

 Por otro lado, la población desocupada está formada por quienes no están trabajando ni buscando trabajo en ese momento, aunque en algunos casos, también se consideran parte de este grupo quienes, a pesar de buscar trabajo, no lo han conseguido. Esta clasificación, que a simple vista parece objetiva y clara, en realidad oculta las profundas desigualdades estructurales que persisten, particularmente las que afectan a las mujeres, quienes siguen estando subrepresentadas en el empleo formal y son las más afectadas por el desempleo.

Según la Encuesta Nacional de Empleo, Desempleo y Subempleo (ENEMDU), en septiembre de 2024, de la población económicamente activa, el 59% de los hombres cuentan con empleo, mientras que solo el 41% son mujeres. En cuanto al desempleo, las cifras muestran que el 57% de las personas desempleadas son mujeres, frente al 43% que son hombres. Esta división refleja las desigualdades estructurales del país, donde las mujeres siguen enfrentando obstáculos significativos para acceder a empleos plenos y estables, a pesar de estar incluidas en el mismo grupo de la población económicamente activa.

Si profundizamos en la definición de empleo adecuado o pleno un trabajo que ofrece condiciones de formalidad y estabilidad—, vemos que los hombres ocupan el 68% de estos puestos, mientras que las mujeres solo el 32%. Las cifras no son casualidad. Las barreras que enfrentan las mujeres para acceder a estos espacios son múltiples y complejas. La discriminación de género sigue estando presente en muchos ámbitos laborales, donde el solo hecho de ser mujer se convierte en un obstáculo para obtener un puesto de trabajo bien remunerado o en condiciones de estabilidad. 

Además, persiste la errónea creencia de que la maternidad hace a las mujeres menos productivas, relegándolas a trabajos con menor remuneración o condiciones laborales más precarias. Pero no solo esto: muchas mujeres también deben lidiar con la violencia estructural dentro de los lugares de trabajo, como el acoso sexual, que continúa siendo una barrera insostenible para que las mujeres puedan desarrollarse plenamente en el ámbito profesional. Las brechas salariales, por supuesto, siguen siendo una realidad palpable, donde las mujeres ganan menos por el mismo trabajo, y no es casualidad que el empleo no remunerado recaiga principalmente sobre nosotras. El 69% de este tipo de empleo es realizado por mujeres, frente al 31% de los hombres.

Históricamente, lo que el patriarcado ha buscado es relegarnos al espacio privado, a las tareas domésticas y de cuidado, como si fuera nuestra única función en la sociedad. Aunque hemos avanzado en la conquista del espacio público, aún seguimos siendo las principales responsables de las labores de cuidado. Nosotras dejamos nuestros trabajos cuando no hay quien cuide a nuestros hijos, cuando mamá o papá se enferman, somos nosotras quienes nos quedamos a su lado. Este modelo económico sigue esperando que las mujeres gestionemos todo lo relacionado con el cuidado de los demás, y, aun así, no dejemos de ser productivas

Según la misma encuesta, los datos sobre seguridad social para agosto de 2024 evidencian la desigualdad: solo el 42% de las mujeres tienen acceso al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), frente al 58% de los hombres. Este dato pone de manifiesto lo desprotegidas que seguimos estando en muchos aspectos fundamentales de nuestras vidas. El acceso a derechos laborales básicos sigue siendo desigual, dejando a las mujeres más vulnerables en términos de salud, jubilación y otros beneficios.

Parece que el mundo está cambiando, que estamos avanzando, pero las barreras y los obstáculos persisten. Las estructuras de poder que mantienen estas desigualdades siguen funcionando como un muro invisible, que impide que vivir siendo mujer sea verdaderamente digno. Las cifras no son casualidad. Ecuador sigue teniendo mucho por hacer en cuanto a las dinámicas estructurales que perpetúan estas desigualdades. 

Estas cifras son de 2024, y entre septiembre y marzo no ha pasado mucho tiempo, y las cosas siguen igual. En este sistema capitalista, los avances son lentos y, a menudo, ilusorios, pues las estructuras de poder no se destruyen de la noche a la mañana, y los cambios profundos requieren más que solo reformas superficiales. Entonces, la pregunta que persiste es: ¿las cifras cambiarán para finales de 2025?