Por: María Preciado
El discurso de odio ya no es solo una amenaza marginal: hoy se ha convertido en una estrategia de poder. En distintos países, líderes y gobiernos promueven narrativas que estigmatizan, excluyen y violentan. El odio se normaliza desde los micrófonos más poderosos, disfrazado de “libertad de expresión” o “seguridad ciudadana”, cuando en realidad erosiona derechos, fractura sociedades y alimenta el miedo.
En Estados Unidos, Donald Trump ha reactivado una retórica feroz contra personas migrantes, especialmente latinoamericanas. Sus discursos, plagados de estigmas y prejuicios, han legitimado políticas de exclusión y separación familiar. No es un fenómeno aislado: sectores conservadores de todo el continente reproducen esta narrativa, donde el “otro” es presentado como amenaza y no como sujeto de derechos.
En Argentina, Javier Milei ataca abiertamente al movimiento feminista, a las personas LGTBI+ y a los sectores populares. Su discurso confrontativo, lejos de ser solo un estilo personal, es parte de una ofensiva política que busca desarmar décadas de conquistas sociales. Lo que se presenta como una batalla contra “lo políticamente correcto” es, en realidad, una avanzada contra la dignidad.
En El Salvador y Ecuador, el discurso punitivista de mano dura ha apuntado especialmente contra los sectores más pobres. Jóvenes de barrios marginalizados son señalados como enemigos públicos. La represión se convierte en espectáculo, y el abandono estatal se disfraza de autoridad. Así, se profundiza el círculo de exclusión y violencia estructural.
Pero frente a este escenario, también crece la respuesta. Desde los barrios, los medios comunitarios, los espacios militantes y las redes digitales, se construyen otras formas de decir. Lenguajes que cuidan, que nombran con respeto, que dignifican. Narrativas que no niegan el conflicto, pero apuestan por la empatía, la memoria y la justicia.
Contrarrestar el discurso de odio no significa censurar: significa ampliar la conversación, construir comunidad, visibilizar lo silenciado. Significa defender el derecho a existir sin miedo.
En este contexto, el Día Internacional para Contrarrestar el Discurso de Odio, que se conmemora cada 18 de junio, no es una fecha para el calendario. Es un llamado urgente a actuar. A no naturalizar el odio. A organizarse. A nombrar y defender las múltiples formas de ser, de amar y de habitar el mundo. Porque frente al odio, más comunidad. Frente al miedo, más organización. Frente al silencio, más voces.
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