Mikel Mesías Gutiérrez tenía 13 años. El sábado 28 de junio, mientras compartía con sus amigos frente a su casa en Flor de Bastión —una de las zonas más afectadas por la violencia en Nueva Prosperina—, fue alcanzado por un fuego cruzado entre bandas delictivas. Aunque logró ser trasladado con vida al hospital, falleció horas después. Su muerte no fue un hecho aislado ni una simple consecuencia del conflicto entre grupos armados: ocurrió en un territorio donde la violencia es cotidiana y donde las autoridades que juran “servir y proteger” nunca llegan.

Las balas que terminaron con su vida, aunque disparadas por bandas, también son producto de una política estatal que ha elegido reprimir y militarizar antes que invertir en vida, arte, salud y educación. La muerte de Mikel evidencia el abandono sistemático de las infancias empobrecidas y racializadas, convertidas en supuesto daño colateral por un Estado que les ha dado la espalda.

Flor de Bastión es punto focal de profunda inseguridad. Solo entre mayo y diciembre de 2024 y nuevamente en mayo de 2025, se reportaron masacres, ejecuciones y enfrentamientos entre bandas criminales que dejaron múltiples muertos, incluidos adolescentes de apenas 14 y 16 años. Entre el 9 y el 11 de mayo de 2025, se registraron más de 30 muertes violentas en ese mismo sector.Las cifras hablan de una tragedia, pero los nombres y rostros nos recuerdan que son nuestras infancias las que están siendo exterminadas. No solo les están arrebatando la vida: les están robando la posibilidad de soñar, de imaginar un futuro fuera de la violencia. 

Mikel era parte de la Batucada Popular, un espacio de lucha y esperanza que apuesta por transformar, desde el arte, esos lugares donde la violencia parece inevitable. Un espacio donde los tambores se convierten en grito, en resistencia, en posibilidad. La Batucada Popular es prueba de que se puede vivir diferente, de que nuestros jóvenes no nacen violentos: se ven obligados a sobrevivir en contextos donde el Estado solo los reconoce como amenazas, como blancos militares.

La violencia que hoy se exacerba en el país golpea con más fuerza a lxs cuerpos racializadxs, marginalizadxs y empobrecidxs. A esos que el sistema considera prescindibles. A quienes se les niega hasta el derecho de ser niñxs. Nuestras infancias no tienen derecho a jugar, a caminar por su barrio, a soñar con crecer. 

Mientras en los espacios de toma de decisión se debate si se debe juzgar como adultos a jóvenes en el sistema penitenciario, en las calles los están ejecutando. Jóvenes que jamás fueron protegidos, que nunca contaron con oportunidades reales, hoy son sacrificados para sostener una narrativa oficial: la del enemigo interno que hay que aniquilar.

¿Después de esto, cómo se sigue? ¿Cómo se vive sabiendo que para nuestras infancias salir a jugar puede ser una sentencia de muerte? No hay respuestas, solo dudas y más dudas. Pero sí una certeza: el repique de los tambores de Mikel no se apagará. Su ritmo seguirá sosteniendo nuestra lucha por la vida, por la dignidad y por la justicia. Aquí seguiremos resistiendo por Mikel, por nuestros territorios, por nuestras infancias, por nuestras juventudes, por nuestra gente.

Samira Folleco