• Hablar de transfobia no es solo hablar de un acto de discriminación aislado. Es hablar de un sistema. Un sistema que históricamente ha legitimado la exclusión, la violencia y la negación de derechos hacia las cuerpas que se salen del binarismo cisgénero. Particularmente, hacia las cuerpas transfemeninas, que son objeto de una violencia específica, sexualizada, castigadora y muchas veces letal.

La transfobia es el odio, rechazo o miedo hacia las personas trans. Pero también —y sobre todo— es la indiferencia institucional, la burla mediática, la p el borrado legal, y el abandono estatal. Es estructural, porque no se trata solo de “personas que odian”, sino de sistemas enteros que reproducen esa violencia: escuelas, hospitales, comisarías, juzgados, cárceles, medios de comunicación.

  • El 4 de abril, el transfeminicidio de Sara Millerey, una mujer de Bello, Antioquia, en Colombia sacudió por un momento la aparente calma y nos obligó a mirar, una vez más, el horror sistemático que enfrentan las cuerpas trans en Colombia y  toda Latinoamérica. Lo que para muchxs fue una noticia más, para otras fue una sacudida brutal que recordó que las vidas trans jamás han sido protegidas. Siempre han estado en riesgo.

Desde su asesinato, tanto Sara como varias mujeres trans del municipio de Bello —cerca de Medellín— han recibido amenazas. A Sara la torturaron: sufrió fracturas antes de ser arrojada a una quebrada, sin posibilidad de escapar. Su muerte no fue un hecho aislado. Es parte de una violencia estructural que, lejos de disminuir, se agudiza cada día.

Colombia

  • La Fiscalía General de Colombia reportó en noviembre de 2024 que al menos 26 personas trans fueron asesinadas en los primeros once meses del año. Pero esta cifra —aunque ya de por sí alarmante— apenas roza la superficie de una realidad mucho más profunda y dolorosa.

Se trata de un subregistro, una muestra incompleta de la verdadera dimensión de la violencia que enfrentan las personas trans en el país. Muchas muertes no se denuncian, no se investigan como crímenes de odio, o directamente son invisibilizadas por un sistema que sigue sin reconocer la identidad de género de las víctimas al momento de registrar sus casos.

Ecuador

En Ecuador, el panorama es igual de alarmante. Al menos 30 personas LGBT+ fueron asesinadas en 2024, de las cuales el 73,3 % eran mujeres trans, según el informe Runa Sipiy de la Asociación Silueta X.

Pero estos números, aunque ya estremecedores, también están incompletos. ¿Por qué? Porque cuando se reportan estos crímenes, muchas veces se hace desde el desconocimiento y la negación de la identidad de las víctimas. El sistema judicial y los medios siguen registrando los transfeminicidios como «homicidios de hombres», deslegitimando el género y los pronombres de las cuerpas asesinadas. Este acto de borrado es una segunda forma de violencia: niega su existencia incluso en la muerte y obstaculiza un conteo real que permita dimensionar la gravedad de la situación.

Además, en el contexto del conflicto armado en ciertas zonas del país, las redes del crimen organizado han encontrado formas de aprovechar la falta de regulación y protección, especialmente en territorios en disputa. Mujeres trans han sido forzadas a situaciones de explotación sexual, extorsión y desplazamiento forzado. Las víctimas quedan atrapadas en una doble vulnerabilidad: por su identidad y por el abandono estatal.

Latinoamérica

  • El Monitoreo de Muertes Trans de Transgender Europe reportó más de 230 transfeminicidios en América Latina entre octubre de 2023 y septiembre de 2024. Brasil encabeza la lista, seguido por México y Colombia. Son datos que reflejan no solo la violencia física, sino también la violencia institucional, mediática y simbólica que enfrentan las personas trans todos los días.
  • El odio nos arrebató a Sara. Y antes de ella, a muchas otras. Fueron asesinadas con una violencia sistemática que ha sido tolerada por la indiferencia del Estado, por la complicidad social y por estructuras que continúan deshumanizando a quienes viven fuera del binarismo. No deberían ser recordadas solo en la muerte, ni convertidas en cifras, ni mencionadas únicamente en momentos de dolor colectivo.

Lo que se exige es justicia, verdad y reparación. Y, sobre todo, garantías de no repetición. Que todas las personas trans, dentro de la multiplicidad de sus existencias, puedan vivir sin miedo, con dignidad, con derechos plenos y sin ser reducidas al silencio o la violencia. La transfobia no es una opinión: es una forma de odio que mata. Y seguir ignorándola también es parte del problema.

Samira Folleco