La mañana del viernes 25 de abril despertó a Esmeraldas con un estremecimiento profundo. A las 06:44, un sismo de magnitud 6, con epicentro a tan solo 8,4 kilómetros de la ciudad y a una profundidad de 30 kilómetros, sacudió con fuerza a la provincia. Lo que tardó años en levantarse —casas, escuelas, redes de servicios, comunidad— se vino abajo en segundos.

Según datos oficiales de la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos, al menos 20 personas resultaron heridas, la mayoría con lesiones en la cabeza causadas por objetos que cayeron durante el temblor. Más de 710 personas se cuentan entre los afectados, 179 vivienda afectadas y 179 familias afectadas en distintos cantones. El proceso de verificación de daños aún continúa, mientras las cifras crecen y la magnitud real del desastre apenas comienza a dimensionarse.

Es una fortuna que no se hayan reportado víctimas mortales. Pero, aun así, duele. Porque en cuestión de segundos, lo que a muchas familias les costó toda una vida construir —y en especial a quienes habitan territorios históricamente marginados— quedó reducido a escombros. Cuando se vive en comunidades mayoritariamente afrodescendientes, como tantas en Esmeraldas, el acceso a una vivienda digna no es un derecho garantizado: es una lucha diaria, que exige trabajar el doble o el triple. Por eso el golpe no es solo material, es también simbólico. Es perder lo poco que tanto costó conseguir.

También se reportó 33 bienes públicos afectados. Figuran: centros de salud, unidades educativas, redes estratégicas y edificios institucionales. El ECU 911 y la Prefectura de Esmeraldas sufrieron daños visibles, así como tres centros médicos que reportaron afectaciones en sus estructuras y caída de cielos falsos. En los sectores Libertad y El Tigre, se contabilizaron al menos 20 metros de vías completamente destruidas. El 80% del suministro eléctrico y de telecomunicaciones resultó comprometido durante las primeras horas, aunque se ha ido restableciendo parcialmente, según reportes de la Corporación Nacional de Electricidad (CNEL).

El impacto sobre la infraestructura es notorio, pero también lo es sobre la vida cotidiana de la población. Las actividades escolares fueron suspendidas en toda la provincia, tanto en zonas urbanas como rurales, ante el riesgo de réplicas y por la necesidad urgente de evaluar el estado físico de los planteles educativos. El Ministerio de Educación anunció el aplazamiento del inicio del ciclo escolar por al menos una semana.

Y en medio del recuento de daños, una pregunta emerge con fuerza: ¿quién pensará en la Universidad Técnica Luis Vargas Torres? Ya antes del sismo, esta institución venía lidiando con deficiencias estructurales derivadas de años de recortes presupuestarios a la educación superior pública. Hoy sus edificios han sufrido nuevas afectaciones, y el panorama es incierto. ¿Cómo se reconstruye una universidad que ya sobrevivía con lo justo?

Desde el Gobierno Nacional se ha anunciado el despliegue de equipos técnicos, la instalación de albergues temporales y la entrega de kits de ayuda humanitaria. Cumpliendo la disposición del presidente Daniel Noboa Azín, varios ministros se encuentran en Esmeraldas. Entre ellos, el Ministro de Gobierno José de la Gasca, quien ya recorrió varios cantones de la provinia, inspeccionó daños y mantuvo reuniones con autoridades locales. La ciudadanía, mientras tanto, permanece atenta. A la espera de decisiones claras, de apoyo real, de señales de que esta vez no serán olvidados.

El Comité de Operaciones de Emergencia (COE) provincial se activó de inmediato, suspendiendo las actividades laborales en instituciones públicas y desplegando a las mesas técnicas para el levantamiento de información y coordinación de respuestas. Además, se izó la bandera roja en las playas del cantón Esmeraldas por precaución, ante los rumores de un posible tsunami que, horas después, fueron descartados por el Instituto Oceanográfico y Antártico de la Armada (INOCAR).

Esmeraldas, una vez más, ha sido sacudida no solo por la tierra, sino también por la fragilidad de un sistema que la ha dejado históricamente expuesta. Hoy, mientras se cuentan los escombros y se intenta volver a empezar, queda una sensación compartida: no basta con llegar después del desastre. Es necesario sostener a esta provincia también cuando no tiembla.

Samira Folleco