En una sociedad monosexista, la bisexualidad es vista como una etapa, porque se espera que luego elegiré ‘un bando’: el bando de lo lésbico o el bando de la heterosexualidad. Y más allá de eso, lo que genera esta curiosidad/morbo es que me preguntan ¿con cuántas parejas he estado? para que por fin estas personas me ayuden a ‘elegir un bando’. Ellos/as/xs creen que pueden deducir el bando que habito según el número de parejas que he tenido, y aquí también les compartiré a ustedes para saciar la curiosidad: he estado con un chico y con tres mujeres. 

Las lesbianas aseguran que soy lesbiana porque la balanza, aparentemente, se inclina hacia su bando, hasta que me ven nerviosa cuando un hombre me atrae, hasta que ven cuando me he enamorado de uno o perciben que he habitado las relaciones heterosexuales. Cuando llego a ese punto, dejo de existir para ellas y me convierto en una intrusa ante sus ojos.

Por otro lado, cuando estoy con personas heterosexuales, primero asumen siempre que soy heterosexual ‘porque no se me nota lo lesbiana o lo bisexual’. Mi expresión de género es mayormente femenina. Soy ‘heterosexual’ hasta que ven los brillos en mis ojos cuando hablo de las mujeres que me he enamorado, hasta que ven los miles de poemas que les he escrito, hasta que ven cuando yo tomo la iniciativa. Ahí, no es que dejo de existir, ni soy una intrusa, en este espacio soy ‘la atrofiada’, la que se ve mujer, pero no ocupa el cuadrado pequeño que se espera de ella: la sumisa, la comprensiva, la callada, es decir, no me han domesticado lo suficiente ‘para hacerme saber cuál es mi lugar’.

Siendo una mujer bisexual femenina tengo el privilegio del ‘cis passing’; es decir, el pase cisgénero porque me ‘ven mujer’ y me visto como tal. Cuando mi expresión de género era masculina, mi voz era mayormente escuchada y no cuestionada, también porque gozo del privilegio de ser percibida como una mujer blanca/mestiza los hombres asumían que mi rol era el masculino y, por lo tanto, iba a ejercer la masculinidad como ellos la conocían. 

Percibir este tipo de trato me dio asco, porque eso quiere decir que solo viéndome como el opresor mi opinión es escuchada y no tildada de histérica ‘porque me da el período’. Y decidí resistir desde la feminidad ejerciendo roles ‘de lo que se espera de lo masculino’ porque así me siento cómoda y con esa característica fue con la que nací genuinamente, con la iniciativa acompañándome desde muy pequeña.

La visibilidad bisexual la habito porque me ha permitido amar, más allá de los roles y más allá de motivos heterosexuales como: ‘es que me cuida’, ‘es que me protege’ o ‘me comprende’. Entiendo y percibo que las interacciones afectivas están compuestas por vulnerabilidades, miedos, deseos y pasiones distintas, que muchas veces están sujetas a los roles de género, pero si empezáramos a politizar las emociones en una generalidad, tendríamos un piso en común del cual hablar y exponer nuestros miedos, trabajarlos en colectividad. Ser una mujer bisexual no me ubica en un lugar de ‘intrusa o atrofiada’, aunque me lo hagan percibir tanto la comunidad LGBTIQA+ como las personas heterosexuales. En una sociedad monosexista, ser bisexual es resistencia.